Catequesis Básica sobre el Anglicanismo y la Iglesia Episcopal

09.26.22 | Homepage | by The Rev. Ignacio Gama

    Es común oír la palabra catequesis en el contexto de una iglesia. Especialmente en los países hispanos, la asociamos con el tipo de preparación para recibir la primera comunión -la instrucción básica sobre la fe cristiana que se imparte a los niños y adolescentes. Esta asociación es muy buena. Después de todo, el apóstol Pablo en su carta a los efesios, exhorta a los padres de familia a criar a sus hijos “en la disciplina e instrucción del Señor” (Efesios 6:4 NBLA). Es más que adecuado educar a los niños en la fe, pues así les damos la oportunidad de conocer a Dios en la persona de Jesucristo, de amarlo y sentirse amados por él en una forma personal desde la infancia. Pero esto es solo el comienzo. Para seguir a Cristo en la edad adulta y crecer en nuestra relación con él, es necesario continuar educándonos. En cierto modo, la catequesis nos ayuda a ser como niños de nuevo, siguiendo la enseñanza de Jesús (cf. Mateo 18:3). A fomentar una vida de fidelidad hacia Dios, sabiéndonos dependientes de su providencia y misericordia. Catequesis quiere decir la enseñanza transmitida en voz alta, pues es necesario “oír” para creer (cf. Romanos 10:14), y la mejor manera de compartir el mensaje la revelación cristiana es en comunidad. Así, la Iglesia no solo es el lugar al que se acude a alabar y servir a Dios, sino el conjunto de todos los creyentes, el Cuerpo de Cristo, visible en la tierra.

                Esta serie de sesiones catequéticas se enfoca en una manera particular, mas no única, de ser Iglesia -la tradición de la Comunión Anglicana internacional, a la que pertenece la Iglesia Episcopal. Independientemente de si eres miembro de nuestra Iglesia desde niño, o si acabas de descubrirla, probablemente tengas preguntas. Quizás te interese saber cuáles son los distintivos anglicanos -orígenes, creencias, simbología, ritos, etc. Especialmente si estás familiarizado con el catolicismo romano, es probable que las diferencias entre éste y el anglicanismo te parezcan difíciles de distinguir a simple vista. Pero incluso si vienes de una tradición muy distinta, como es el caso de las iglesias evangélicas y no-denominacionales, estas sesiones te darán un resumen importante que te permita valorar esta pieza del gran regalo que es el cristianismo. Sin pretender dar una respuesta a todas tus preguntas, este curso es una introducción, que posiblemente dará pie a más preguntas interesantes sobre la fe y vida cristianas. Por lo tanto, este curso invita a considerar esta tradición como un vehículo rico en historia y espiritualidad, para seguir a Cristo, el hijo de Dios vivo y cabeza de la Iglesia universal.

    1. El Anglicanismo

    Contrario a la creencia popular, el anglicanismo no es una religión. Esto no significa que haya nada malo en la palabra religión. Al contrario, en su sentido más literal, religión quiere decir “volver a ligar” o a “unir.” ¿Qué mejor palabra para describir las creencias y prácticas del cristianismo? Fue en Cristo mismo, por su pasión y muerte en la cruz, que Dios Padre quiso reconciliar todas las cosas, tanto en la tierra como en el cielo (cf. Colosenses 1:19-20). Nuestra religión es el cristianismo y “anglicanismo” es un término para designar a una familia de iglesias cristianas. Por lo tanto, nadie fundó una Iglesia Anglicana como tal, y el calificativo de “anglicano” es otra manera de decir “inglés.” Así, las iglesias que se denominan anglicanas tienen algún vínculo histórico con la Iglesia de Inglaterra. No sabemos de cierto quiénes llevaron por primera vez el mensaje del evangelio a Inglaterra ni al resto de las islas británicas. Especialmente en lugares como Irlanda, los vestigios de iglesias antiguas, numerosos textos atribuidos a los santos celtas, así como hermosas y elaboradas imágenes, nos hablan de un tipo de cristianismo particular a esa parte del mundo. A finales del siglo sexto y principios del séptimo, el papa Gregorio envió misioneros a Inglaterra, y estos esfuerzos transformaron la configuración de esa nación radicalmente, gracias a que de manera gradual la inmensa mayoría de la población se convirtió a la fe cristiana. Una figura importante en esa época fue San Agustín de Canterbury, el primer arzobispo en Inglaterra. En el año 664, el Sínodo de Whitby decidió que la Iglesia inglesa se regiría de acuerdo con las costumbres de Roma, por encima de las seguidas por los celtas y que eran comunes en las órdenes monásticas. Como es el caso en prácticamente todos los episodios del cristianismo global, la historia de la Iglesia en Inglaterra no ha estado exenta de desacuerdos, conflictos tanto teológicos como políticos, e incluso persecuciones.

                Por una parte de su historia, la Iglesia inglesa se hallaba bajo la autoridad de la Iglesia de Roma, cuya figura central es el pontífice máximo (un cargo existente en la antigua Roma, incluso anterior al cristianismo) o papa. Pero esto no significa que todos los cristianos del mundo reconocieran la superioridad papal. Con el “gran cisma” (o “ruptura”) de 1054, el cristianismo quedó dividido en dos grandes grupos. Por un lado, las iglesias del oeste (por hallarse en el imperio romano occidental) y las iglesias del este (por el imperio bizantino). Mientras que en el oeste la estructura de Iglesia Católica Romana tiene hasta hoy en día al papa como cabeza, las iglesias del este, llamadas “ortodoxas” cuentan con obispos y patriarcas de las diferentes regiones, pero no tienen una figura central como lo es el pontífice. Por lo tanto, es importante considerar a la Iglesia de Inglaterra como parte de la Iglesia universal, que es también heredera de las costumbres cristianas de occidente. Algunas de estas costumbres fueron cuestionadas e incluso desafiadas a finales de la edad media y en los siglos subsecuentes, por diferentes movimientos que hoy conocemos como la Reforma Protestante. Comenzando con teólogo alemán Martín Lutero, los reformadores acusaban a la Iglesia de abusos contra la Sagrada Escritura. La venta de indulgencias, por ejemplo, consistía en cobrar a los fieles una suma de dinero a cambio de reducir el tiempo que sus familiares fallecidos pasarían en el purgatorio, antes de poder entrar al cielo. Los primeros reformadores no buscaban separarse de la Iglesia, sino que ésta pudiera corregir sus errores. Pero la Iglesia respondió pidiendo que Lutero se retractara de sus ideas y excomulgando a sus seguidores y sucesores. Fue entonces que se dieron graves divisiones entre cristianos, generando temor, odio, e incluso guerras. En Inglaterra, la Reforma se vivió de una manera distinta, pero no por ello menos dramática. Aunque las ideas de los protestantes circulaban en territorio inglés en la primera parte del siglo XVI, el rey Enrique VIII estaba comprometido a defender la doctrina de la Iglesia Católica Romana, a grado tal que le fue otorgado el título de “defensor de la fe.” Esto cambiaría cuando el rey le pediría al papa la anulación del su matrimonio con Catalina de Aragón, para casarse con Ana Bolena. Después de varios intentos fallidos, Enrique decidió separarse de Roma y declararse cabeza de la Iglesia en Inglaterra. Claramente esta desunión fue motivada por razones políticas y personales, más que cualquier desavenencia teológica (el rey se consideró a sí mismo católico hasta su muerte). Pero este acontecimiento histórico favoreció a quienes buscaban cambios radicales en la Iglesia. En otras sesiones hablaremos de algo que hace que la tradición anglicana sea única -el hecho de ser a la vez católica y reformada.

                Al separarse de Roma, la Iglesia Inglesa (Eclessia Anglicana), tomaría un rumbo distinto, no exento de problemas y divisiones, pero también daría origen a un legado valioso. Muchas de las tradiciones protestantes “tiraron el grano con la paja.” Es decir, su rechazo a los errores de Roma los llevó a abandonar algunas de las más importantes riquezas de la Iglesia, como lo son los sacramentos, la liturgia, e incluso la belleza de las iglesias y la música sacra. El anglicanismo, por otro lado, no solo conservó estos elementos, sino que los revitalizó y les dio un “sabor” único. Al expandirse el dominio e influencia de Inglaterra, también esta tradición eclesiástica llegaría a diferentes rincones del mundo, lo que daría origen a provincias y eventualmente a iglesias autónomas. En las primeras décadas de las colonias norteamericanas, miembros del clero que respondían directamente a obispos ingleses formaron congregaciones, cuyos servicios se conducían de acuerdo con el Libro de Oración Común. Cuando los Estados Unidos se independizaron de la corona inglesa, los cristianos anglicanos en el nuevo país enfrentaron muchos retos. Un porcentaje importante del clero regresó a Inglaterra y ante la ausencia de obispos en territorio americano, la Iglesia carecía de estructura episcopal y esa situación no era fácil de remediar. Los obispos anglicanos debían jurar lealtad al monarca inglés, y eso era inconcebible en una nación que rechazaba tal autoridad. Finalmente, el primer obispo americano, Samuel Seabury, fue consagrado por obispos escoceses, lo que permitió al clero y los fieles organizarse como una iglesia autónoma que conservaría en gran parte las formas de la Iglesia Anglicana -la Iglesia Protestante Episcopal en los Estados Unidos de América (The Protestant Episcopal Church in the United States of America). El término “episcopal” hace referencia a un aspecto fundamental de nuestra iglesia -el hecho de que contamos con obispos (episkopoi). Por lo tanto, “episcopal” en este sentido, se refiere a un tipo específico de anglicanos -los miembros de la Iglesia Episcopal, con una importante conexión histórica con la Iglesia de Inglaterra.

    1. La Iglesia Episcopal es Católica

    Seguramente habrás notado que, en varios servicios de la Iglesia Episcopal, especialmente la eucaristía del domingo, los fieles reafirmamos nuestra fe en las palabras del Credo. Un credo, que quiere decir “yo creo” en latín, es una declaración de “nuestras creencias básicas sobre Dios” (LOC, 744). Los credos expresan la misma fe de los cristianos en los primeros siglos de la Iglesia, con los puntos de doctrina más elementales que todo creyente ha de adoptar como propios. Tanto el Credo de los Apóstoles, que como su nombre lo indica algunos ubican en la era apostólica, como el Credo de Nicea, configurado en el concilio de dicha ciudad antigua, expresan la creencia en la Iglesia “católica” o universal. Aunque este término es utilizado la mayoría de las veces para referirse a la Iglesia Católica Romana, su significado es mucho más amplio. Además, no fue en Roma sino en Antioquía, que se cree que San Ignacio usó por primera vez la palabra. El catecismo del Libro de Oración Común señala que la Iglesia es católica “porque proclama la Fe a todos los pueblos, hasta el fin de los tiempos” (LOC, 747). Ésta es la razón por la que ninguna comunidad o denominación posee el título exclusivo de “católica,” pues eso implicaría una contradicción en términos. La Iglesia católica, entonces, es la que la biblia reconoce como “el Cuerpo, del cual Jesucristo es la Cabeza y del cual todas las personas bautizadas son miembros. Es llamada Pueblo de Dios, Nueva Israel, nación santa, sacerdocio real, columna y fundamento de la verdad.” (LOC, 746). A diferencia de algunas iglesias y denominaciones, ni la Iglesia Episcopal ni ninguna de las iglesias de la familia anglicana, y ni siquiera el conjunto de ellas han declarado ser la única iglesia verdadera. (Bray, 54) La Iglesia Episcopal tampoco afirma tener un ministerio exclusivamente propio -sus obispos, sacerdotes y diáconos son ordenados con la autoridad de la Santa Iglesia Católica, para servir en ella. Esto es evidente en los certificados de ordenación.

                La mayor parte de la teología de las iglesias anglicanas es compartida con otras iglesias cristianas, y desde la Reforma la Comunión Anglicana ha enfatizado esta afinidad, que reconoce al anglicanismo como cristianismo bíblico auténtico. (Bray, 54) Solo cuando la Iglesia es fiel a la palabra de las Sagradas Escrituras es que es auténticamente cristiana y católica. Y solo en así es que goza plenamente de los otros atributos mencionados en los credos –“una,” “santa” y “apostólica.” La Iglesia es una porque Cristo es uno, y su cuerpo es indivisible (cf. LOC, 746). Además, porque Cristo mismo nos llama a todos a ser uno en su oración sacerdotal antes de ir a su muerte, en del evangelio de Juan – “Padre santo, guárdalos en Tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno” (Juan 17:11 NBLA). El apóstol Pablo toma muy en serio la unidad de la Iglesia y denuncia a quienes orgullosamente ostentan pertenecer a un grupo exclusivo. En la historia del cristianismo, todos, inclusive los grandes líderes, predicadores, y santos, son “colaboradores en la labor de Dios” (cf. 1 Corintios 3:4-9). Es en una postura de servicio a Cristo que la Iglesia puede describirse como un solo cuerpo, heredero del mensaje del evangelio. Y cuando la Iglesia es consistente con “la enseñanza y comunión de los apóstoles,” es que es también auténticamente “apostólica” (cf. LOC, 747).

    En los Artículos de Religión, uno de los documentos históricos del anglicanismo, encontramos un énfasis en la fidelidad de la Iglesia, definida como “una congregación de hombres fieles, en donde se predica la pura Palabra de Dios, y se administran debidamente los sacramentos conforme a la institución de Cristo” (LOC, 764). En ese contexto, no es difícil concluir que la predicación del evangelio se encuentra al centro de lo que hace a la Iglesia genuinamente “católica.” Y como su vocación consiste en buena parte en anunciar las buenas nuevas a todas las personas de la tierra, debe buscar transmitir todo el mensaje de la Sagrada Escritura. Por tanto, la Iglesia es más católica cuando no es selectiva en términos de doctrina o audiencia. Después de todo, como Pablo nos recuerda, “Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud” (2 Timoteo 3:16).

                Como podrás ver, la Iglesia posee una gran responsabilidad, pero a la vez una abundancia de dones. Aunque conformada y administrada en esta tierra por manos humanas imperfectas, no es una institución humana. Es esto lo que la hace “santa,” pues forma parte del plan de Dios desde toda la eternidad, prefigurada en la creación, en la antigua alianza con el pueblo de Israel, santificada en Jesucristo, y fortalecida y guiada por el Espíritu Santo, hasta el final de los tiempos, cuando el Reino de Dios se vea realizado en toda su plenitud.

    • La Iglesia Episcopal es Reformada

                La conversación sobre el carácter reformado del anglicanismo en general, y la Iglesia Episcopal en lo particular, debe comenzar con una aclaración importante: los católicos romanos son considerados nuestros hermanos en la fe y son bienvenidos a participar con nosotros de la Santa Eucaristía. Reconocemos a la Iglesia de Roma como legítima, así como sus órdenes ministeriales y sacramentos. Aunque la historia de la Iglesia de Inglaterra haya incluido conflictos y altercados con Roma, desde hace varias décadas los anglicanos de diversas partes del mundo han buscado entablar relaciones fraternales con católicos romanos, propiciando un ambiente cálido de diálogo. Dicho esto, aunque ambas Iglesias forman parte del único Cuerpo de Cristo y gracias a ello gozan de la ayuda e inspiración del Espíritu Santo, las circunstancias de la historia y nuestras diferencias han dado como resultado el hecho de que seamos entidades distintas en el espectro amplio de las comunidades y organizaciones cristianas, que incluyen a ortodoxos, luteranos, metodistas, bautistas, etc. Sin embargo, los católicos romanos generalmente admiten que los anglicanos tienen muchas cosas en común con ellos. Los sacramentos, la liturgia, la sucesión apostólica de los obispos y el clero y la jerarquía son algunos de muchos aspectos que compartimos. En las sesiones siguientes, estas similitudes serán más evidentes.

                Dentro de las diferencias, quizá una de las más significativas es que los anglicanos no aceptan la autoridad suprema y la infalibilidad del papa. Aunque lo reconocemos como un obispo válidamente instituido gracias a la sucesión apostólica (sin que por ello tenga jurisdicción sobre las iglesias anglicanas), no creemos que una sola persona ostente el título de representante o “vicario” de Cristo en la tierra, y que nadie puede hablar en su representación con un nivel de autoridad tal, que esté exento de incurrir en errores de fe y doctrina. El anglicanismo tiene preguntas sobre la figura del papa a la luz de la Escritura y la historia. Y como tradición nacida en la Reforma, admite que muchos de los abusos y problemas doctrinales, especialmente en la edad media, se debieron a la autoridad absoluta de los papas. Los anglicanos, como la mayoría de los cristianos del mundo, reservan los atributos de supremacía e infalibilidad a Jesucristo, cabeza de la Iglesia. Por lo tanto, la autoridad suprema se encuentra en las Sagradas Escrituras, pues en ellas encontramos “todas las cosas necesarias para la salvación,” como lo prescriben tanto los Artículos de Religión (art. VI), comolos ritos mismos de la Iglesia (LOC, 440). Cualquier autoridad eclesiástica se encuentra sometida a la autoridad de la Biblia:

    …no es lícito que la Iglesia ordene cosa alguna contraria a la Palabra Divina escrita, ni puede exponer una parte de las Escrituras de modo que contradiga a otra. Por ello, aunque la Iglesia sea testigo y custodio de los Libros Sagrados, así como no debe decretar nada en contra de ellos, así tampoco debe obligar a creer cosa alguna que no se halle en ellos como requisito para la salvación. (Art. XX)

    Un autor de la Iglesia cristiana en sus primeros siglos, Vicente de Lérins, abogaba por la custodia de lo creído “en todo lugar, siempre, y por todas las personas.” Visto de otro modo, desde épocas tempranas, enfatizaba la importancia de no sobrepasar los límites de lo contenido en los libros del Antiguo y Nuevo Testamentos. Las iglesias de la Comunión Anglicana procuran no declarar nuevas doctrinas que deban ser adoptadas como dogma por los creyentes. De ahí se deriva que, al separarse de Roma, el anglicanismo no tardara en enseñar que la salvación es un regalo de Dios por la gracia, a través de la fe, y no por méritos humanos. El único mérito que nos brinda la salvación eterna es el triunfo de Jesucristo sobre el pecado, en su muerte y resurrección.

    Otra diferencia sutil entre anglicanos y católicos romanos tiene que ver con el papel de la Virgen María en la fe y vida de la Iglesia. En muchos rincones de la Comunión Anglicana internacional, encontrarás iglesias nombradas en honor a Santa María Virgen, e incluso centros de peregrinación, como lo es Nuestra Señora de Walsingham en Inglaterra. Más aún, nuestro calendario litúrgico incluye varios días de fiesta que recuerdan el rol de María, como madre de Jesucristo -la conmemoración de María la Virgen (agosto 15), la Anunciación (marzo 25), y la Visitación (mayo 31). María es un ejemplo de obediencia a la voluntad de Dios, quien dio a luz a Jesús, lo crio, estuvo presente con él en sus sufrimiento y muerte en la cruz, y lo continuó sirviendo aún después de su ascensión al cielo. Como las palabras del Cántico de María nos enseñan, el Señor hizo “obras grandes” por ella, y es por ello que los cristianos la llamamos “bienaventurada” (cf. Lucas 1:46-45). La Iglesia le ha atribuido a María el título de Madre de Dios o theotokos. Dicho esto, la tradición anglicana cuida que la figura de María no se enfatice a grado tal que llegue a opacar el papel único que le corresponde a Jesucristo como Hijo de Dios y nuestro salvador y redentor. Sólo a Dios le corresponde la gloria, pues sólo Dios es autor de nuestra salvación. El dogma católico romano de la inmaculada concepción -la creencia de que María fue concebida sin pecado original- es algo que las iglesias anglicanas no enseñan como requisito a los fieles. Después de todo, la Escritura solo hace mención de una persona libre de pecado, Jesucristo (1 Pedro 2:22; Hebreos 4:15). De manera similar, aunque los anglicanos no estén en contra de las devociones a María o los santos (y nuestro calendario litúrgico está lleno de conmemoraciones de santos), procuran poner en primer lugar la verdad declarada en el Nuevo Testamento, de que Cristo es el único mediador entre Dios y la humanidad (1 Timoteo 2:5). 

    1. El Libro de Oración Común

    Sin duda el documento más importante del anglicanismo es el Libro de Oración Común.

    Es una parte tan integral de nuestra tradición, que los anglicanos algunas veces han sido llamados “cristianos del Libro de Oración.” Y es que la historia de este libro está íntimamente ligada con la historia de la Iglesia de Inglaterra y, por lo tanto, de las iglesias que emanaron de ella y continúan en comunión con ella. En el Libro de Oración se contienen los usos y ritos de la Iglesia, su calendario, además de algunos de los documentos que se han mencionado ya, como el Catecismo y los Artículos de Religión. Tal vez en un nuestro tiempo, un libro así no parezca algo tan extraordinario a simple vista. Pero en realidad se trata de unos de los grandes tesoros del cristianismo, además de ser un documento de gran belleza y valor lingüísticos. Cabe mencionar que cuando la Iglesia inglesa se encontraba bajo la autoridad del papa, los servicios litúrgicos, -la eucaristía, las oraciones a diferentes horas del día, y la celebración de los sacramentos, eran todas en latín, el lenguaje oficial de la Iglesia romana. Los fieles no tenían acceso a la biblia en su propio idioma, y había una desconfianza general en permitir que una persona pudiera leer e interpretar las escrituras, fuera de las predicaciones del clero. Uno de los aciertos de la Reforma Protestante fue precisamente traducir e imprimir copias de la biblia en el idioma de la gente. La primera biblia impresa en idioma inglés y el primer Libro de Oración Común fueron publicados con poco más de una década de diferencia. Y fue Thomas Cranmer, primer arzobispo de Canterbury tras la separación de Roma, el responsable de la preparación de este libro. Su labor fue amplísima, pues valiéndose de muchas fuentes de diferentes tradiciones del cristianismo, configuró una liturgia cuyo lenguaje, teología y estructura han informado la cultura de las iglesias anglicanas a nivel mundial.

    En la Iglesia Episcopal, como Vicki Black señala, “nuestra fe es expresada, moldeada y formada por los ritos del Libro de Oración Común.” (Black, 119) Esta realidad sigue el antiguo principio cristiano de lex orandi, lex credendi, que podría traducirse como “creemos como oramos.” Aunque estamos llamados a informarnos sobre la fe, especialmente a través de la lectura y estudio de las Sagradas Escrituras, un gran beneficio de contar con el Libro de Oración, es que el lenguaje que utiliza es en gran parte tomado directamente del Antiguo y Nuevo Testamentos. El calificativo de “común” sugiere que todos los miembros de la Iglesia, tanto los laicos como el clero, tienen acceso en un solo libro a las oraciones y ritos litúrgicos utilizados para el culto público, así como una colección sustancial de oraciones para el uso privado de individuos y familias. (cf. Black, 119) El libro cuenta con materiales destinados a instruir al cristiano sobre la fe, pero al contar con las palabras de las celebraciones de la Iglesia, el creyente tiene acceso a un gran contenido teológico. Es frecuente que preguntas relacionadas con el Bautismo, la Eucaristía, así como las labores que le competen a las diferentes órdenes ministeriales, puedan responderse al leer y meditar detenidamente las palabras de los ritos correspondientes.

    Si estás familiarizado con los misales católicos encontrarás algunas semejanzas entre éstos y el Libro de Oración, pues éste último incluye el orden de la celebración eucarística, central a nuestra fe. Pero quizás algo que te resulte nuevo es que el libro ofrece la opción de celebrar la Eucaristía usando lenguaje tradicional (Rito I) y contemporáneo (Rito II). Muchas congregaciones prefieren uno sobre el otro, pero en varios lugares se acostumbra usar ambos en diferentes temporadas, enriqueciendo así la experiencia litúrgica y espiritual de los fieles. Pero el libro es más que un misal, pues incluye entre otras cosas el Oficio Diario, un modelo de oración que llega a nosotros desde los primeros cristianos, que tiene sus orígenes en la antigua tradición judía de designar diferentes momentos del día a la oración, especialmente a la lectura y canto de los salmos. (Black, 1070) El Oficio, también llamado “Liturgia de las Horas” continuó desarrollándose en la tradición cristiana, especialmente durante la edad media, en las grandes catedrales europeas y las órdenes monásticas. (Black, 1092) El Libro de Oración Común ha integrado las llamadas “horas mayores,” condensadas en dos de sus servicios más importantes, la Oración Matutina y la Oración Vespertina. En la más reciente edición de la Iglesia Episcopal, el libro contiene dos servicios más -el Oficio para el Mediodía (basado en las “horas menores”), así como el Oficio de Completas, la última oración del día. (Black, 1104) El Oficio es presenta una gran oportunidad para alabar a Dios diariamente, ya sea en privado o en comunidad, y para la lectura secuencial las Escrituras, con la ayuda de otro gran recurso de nuestro libro -El Leccionario del Oficio Diario. (Black, 1104)
     

    1. Los Sacramentos

    Un aspecto esencial del anglicanismo es la celebración de los sacramentos. La teología alrededor de ellos está directamente relacionada con la gracia de Dios y las maneras en las que ha decidido comunicárnosla en el estado presente. El Catecismo del Libro de Oración Común se refiere a los sacramentos como “signos externos y visibles de una gracia interna y espiritual, dados por Cristo como medios seguros y eficaces por medio de los cuales recibimos esa gracia.” (LOC, 750) Esta definición considera a estos misterios como “señales sagradas,” que cierran la brecha entre Dios y nosotros, y que no solo significan la gracia, sino que la evocan o la posibilitan. (cf. McGrath, 381-383) Uno de los principales teólogos de la historia anglicana, Richard Hooker, hablaba de los sacramentos en el contexto de nuestra participación en la vida de Dios –“Dios ha deificado nuestra naturaleza, aunque no volviéndola hacia sí, sino haciéndola su propia habitación inseparable” (Stevenson, 248). Así, los cristianos creemos que Dios nos bendice y santifica en cuerpo y alma, pues no somos seres meramente espirituales, y tenemos la esperanza en Jesucristo de que nuestros cuerpos serán transformados en cielo, conforme a su cuerpo glorioso (cf. Filipenses 3:20-21). Los Artículos de Religión reconocen al Bautismo y la Eucaristía como los sacramentos “ordenados por Cristo”, también llamados “dominicales”. Sin embargo, el Artículo XXV reconoce la Confirmación, la Penitencia, la Ordenación, el Matrimonio y la Extremaunción, a veces llamados “ritos sacramentales.”

    El bautismo es el sacramento de iniciación por antonomasia. Nuestro catecismo lo define como “el sacramento por el cual Dios nos adopta como hijos suyos, y nos hace miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y herederos del reino de Dios” (LOC, 750). El agua del bautismo apunta hacia algunas de las realidades más profundas de la revelación cristiana –“la unión con Cristo en su muerte y resurrección, el nacimiento en la familia de Dios, la Iglesia, el perdón de los pecados y la nueva vida en el Espíritu Santo” (LOC, 751). Los cristianos anglicanos creemos que el bautismo es indispensable, pues es el signo de la regeneración en Jesucristo. Por ello, en el rito se requiere que candidato (o en el caso de un bebé, los padre y padrinos en su representación) renuncie a Satanás y las fuerzas del mal, y se entregue a Jesucristo, aceptándolo como salvador, y que afirme su fe en el Dios trino y la santa Iglesia católica en las palabras del Credo de los Apóstoles (LOC, 222-223).

    La Eucaristía es central para nuestra fe cristiana y la vida de alabanza anglicanas porque recuerda el momento culminante de la Historia de la Salvación, cuando el Señor fue entregado a su sufrimiento en la cruz por nuestra redención, murió y resucitó, venciendo el pecado y la muerte. Pero también es una participación permanente en el mayor de los misterios, hasta el final de los tiempos, cuando el Reino inaugurado por Jesús se realiza finalmente con su segunda venida en gloria. Un Servicio de la Santa Comunión se divide en dos partes principales, la Palabra y la Eucaristía -el “sacrificio de alabanza y acción de gracias,” por el cual el sacrificio de Cristo se hace presente y nos une a “la única oblación de sí mismo” (LOC, 751). Creemos firmemente que la ofrenda de Jesucristo en su pasión y muerte fue ofrecida “una vez para siempre” (cf. Hebreos 10:10). Por lo tanto, la eucaristía no es una repetición del sufrimiento del Señor, sino una manera de pedir al Padre que a través de los dones del pan y el vino seamos partícipes de los beneficios del sacrificio de Jesucristo por la acción del Espíritu Santo. Jesús está realmente presente en la eucaristía, pero la manera en que recibimos su cuerpo y sangre en los elementos es un misterio. De ahí que nuestra tradición en su mayor parte no acepte la doctrina católica romana de la transubstanciación, que enseña que el pan y vino se convierten físicamente en el cuerpo y la sangre de Cristo, aunque ésta sea aceptada por algunos anglicanos.

    La Reconciliación de un Penitente, también llamada “penitencia” o “confesión” se basa en la esperanza del perdón de Dios por nuestros pecados, por los méritos de la muerte y resurrección de Jesús. La primera carta de Juan nos anima a confesar nuestras faltas, pues Dios “es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9 NBLA). Así como nuestras buenas obras no nos ganan el favor de Dios y la salvación, tampoco podemos por esfuerzo propio “expiar” nuestros pecados, pues lo único que nos libra de ellos es el triunfo definitivo de Cristo. La confesión de pecado en nuestra tradición no necesita hacerse en privado frente a un sacerdote. En la mayoría de las celebraciones eucarísticas, e incluso en el Oficio Diario, hay la posibilidad de hacer la confesión, para recibir después la absolución pronunciada por el sacerdote -una declaración del perdón de Dios. Pero el Libro de Oración sí contempla la opción de la confesión privada y generalmente es recomendada a los fieles que se encuentren batallando con el peso de la culpa, ansiedad o confusión en relación con sus pecados. Un principio anglicano respecto a qué pecados han de confesarse de manera auricular es que “todos pueden, algunos deberían, ninguno tiene” que confesarse. Pero ya sea que la confesión se haga de manera general en el contexto de la liturgia o frente a un sacerdote, la “postura” correcta consiste en un sincero arrepentimiento, estar en caridad y amor con el prójimo, el propósito de vivir una vida nueva de acuerdo con los mandamientos y andar en los “santos caminos” de Dios (cf. LOC, 252).

                La ordenación, como su nombre lo indica, se refiere a la misión que los apóstoles transfirieron a otros cristianos para predicar, supervisar y administrar. Cuando la Iglesia consagra obispos, los hace sucesores y portadores de la autoridad apostólica. Solo un obispo puede realizar la imposición de manos para la ordenación o confirmación. Los sacerdotes (o presbíteros) son auxiliares del ministerio del episcopado. Como son enviados por los obispos y responden directamente ante ellos, los sacerdotes se encargan de predicar el Evangelio y administrar los sacramentos de la Iglesia al servicio de una comunidad particular dentro de una diócesis. Los sacerdotes están marcados por la ordenación como servidores del pueblo de Dios de por vida y deben mantener un alto nivel de vida y testimonio cristianos. Los diáconos ejercen un ministerio de servicio (cf. Hechos 6, 2-5) bajo la autoridad del obispo, y asisten en la vida sacramental de la comunidad de fe, la predicación de las buenas nuevas y el cuidado de los pobres, necesitados y enfermos. Los ministros de las tres órdenes deben llevar una vida de honestidad y carácter piadoso, como lo prescribe Pablo en su primera carta a Timoteo. Tanto la Iglesia Episcopal, como muchas de las Iglesias y provincias de la Comunión Anglicana, confieren las tres órdenes ministeriales tanto a hombres como a mujeres.

                El santo matrimonio, en la definición del Libro de Oración Común, “es el enlace cristiano, en el cual una mujer y un hombre entran en una unión de por vida, hacen sus votos ante Dios y la Iglesia, y reciben la gracia y bendición de Dios para ayudarles a cumplir sus votos” (LOC, 753). El libro también reconoce, con San Pablo, que el matrimonio es un símbolo de la unión de Cristo con su Iglesia (cf. Efesios 5:32). Las palabras iniciales del rito indican que “Dios estableció en la creación el vínculo y pacto matrimonial, y nuestro Señor Jesucristo honró esta forma de vida con su presencia y su primer milagro en las bodas de Caná de Galilea” (LOC, 345), lo que significa que no es simplemente una institución humana. La Iglesia solemniza el matrimonio en un rito sacramental, de acuerdo con la voluntad de Dios de que el hombre y la mujer sean una sola carne (Génesis 2,22), confirmada por Cristo en la tierra (cf. Mt 19,4-6).

    Con el rito de matrimonio la Iglesia pide a Dios para los esposos la gracia para enfrentar los desafíos del estado matrimonial y para apoyarse mutuamente y a sus hijos. Al ser testigo de la unión marital, la Iglesia reconoce y bendice el don de la sexualidad humana y lo sitúa en su debido contexto.

                La unción de los enfermos de acuerdo con el catecismo es “el rito de ungir a los enfermos con óleo, o de imponerles las manos, por medio del cual la gracia de Dios les es dada para sanidad de espíritu, mente y cuerpo” (LOC, 754). Sus orígenes se remontan a la más temprana Iglesia, pues desde el evangelio de Marcos sabemos que los discípulos de Jesús ungían a los enfermos con aceite y los sanaban (cf. Marcos 6:13). También Santiago exhorta a los enfermos a acudir a los ancianos de la Iglesia para que oren por ellos y sean ungidos en el nombre del Señor (cf. Santiago 5:14-15). Es un misterio que Dios decida curar a algunos de sus dolencias y a otros no, pero en el rito sacramental de la unción el ministro pide a Dios conceda a la persona “la unción interna del Espíritu Santo,” el perdón de los pecados, liberación del sufrimiento y restauración “a la fortaleza e integridad, protección contra el mal, conservación en la bondad y finalmente, la vida eterna” (cf. LOC, 377). Por todo esto, puede concluirse que la extremaunción abarca mucho más que la sanación física, y tiene que ver con el alivio y fortalecimiento del alma para enfrentar sufrimientos de toda índole. 

    1. Autoridad y gobierno de la Iglesia

                Las palabras de Jesús a Pilato en Juan 19:11 sugieren que toda autoridad en la Tierra, incluso la de gobierno, es dada por Dios. Como el creador ha dotado al mundo de orden, ritmos y jerarquías, la plenitud de la autoridad es sólo suya. Pero desde el principio de los tiempos, el Padre ordenó a Adán y Eva que llenaran y sometieran el mundo creado, de lo que se sigue que incluso la forma más alta de autoridad humana es en esencia delegada por Dios. Intrínseca a la autoridad es la responsabilidad ejercida de acuerdo con el orden y la voluntad de Dios. De hecho, uno de los efectos más desastrosos de la caída es que es nos es fácil usar libertad y autoridad en formas contrarias al diseño de Dios. En ese sentido, la autoridad en su más auténtica expresión es refleja la mente del “autor” divino en quien tiene su origen.

    Para el cristiano, vivir bajo la autoridad es, ante todo, cumplir los mandamientos de Dios. Pero también reconocer que su autoridad en la tierra está delegada en la Iglesia. En los primeros días, los apóstoles reconocieron la autoridad de Jesús y, a su vez, fueron comisionados por él para predicar el Evangelio a todos los pueblos. Se dieron cuenta de que para cumplir su misión era necesario nombrar a otros como sus colaboradores y sucesores. Fue entonces cuando nació la orden del obispo, líder de un sector particular de la iglesia, cuya autoridad deriva de la Escritura y de una línea ininterrumpida de sucesión por la imposición de las manos. Los obispos tienen autoridad para ordenar presbíteros y diáconos, que colaboran al servicio de la Iglesia bajo su dirección. Sin embargo, eso no quiere decir que la autoridad cristiana se limite al clero, ya que la Iglesia también depende del liderazgo y trabajo de los laicos. Cuando la Iglesia es fiel a la verdad de la Escritura, observa y ejerce la máxima autoridad de Dios, y vivir bajo la autoridad es caminar confiados a la luz de su palabra y su plan. En este contexto, la autoridad proporciona orden, claridad y unidad en el cumplimiento de la misión cristiana y brinda la oportunidad para que todos los miembros de la Iglesia usen sus dones individuales y disciernan cómo y dónde aplicarlos mejor en el servicio de Dios.

    La colaboración del clero y los laicos es evidente en todos los niveles de autoridad en la Iglesia Episcopal. La Convención General, el órgano legislativo de nuestra Iglesia a nivel nacional se compone de la Cámara de Obispos y la Cámara de Diputados, en la que participan cuatro laicos y cuatro miembros del clero de cada diócesis o jurisdicción. (sitio oficial TEC) La Convención posee la autoridad de enmendar el Libro de Oración Común, la Constitución y Cánones, entre otras funciones. El Consejo Ejecutivo de la Iglesia lleva a cabo los programas y políticas de la Convención y también cuenta con laicos entre sus integrantes. (TEC) Los obispos tienen autoridad sobre una diócesis en particular, fomentando la unidad en su jurisdicción y con el resto de la Iglesia. A diferencia de la jerarquía católica romana, los obispos de la Iglesia Episcopal son elegidos por las convenciones diocesanas, en las que los laicos participan activamente. Además, el ministerio de los obispos es apoyado por las comisiones de ministerio y comités integrados por clérigos y seglares.

    Al nivel de la Iglesia local, la junta parroquial conformada por miembros comprometidos de la congregación, generalmente llamada vestry (otro nombre para llamar a la sacristía) es quien decide contratar a miembros del clero, con la aprobación del obispo. El rector, o sacerdote a cargo, de una parroquia tiene la autoridad eclesiástica sobre ella, pero el gobierno de la misma se lleva a cabo junto con el vestry. Esta modalidad resulta eficaz, pues se cuenta con gente especializada en temas de finanzas y administración, y a la vez espiritualmente provechoso, precisamente porque los dones de cada uno son puestos al servicio de Dios y su Iglesia.

    La Iglesia Episcopal es miembro de la Comunión Anglicana internacional, pero es totalmente autónoma. El arzobispo de Canterbury no tiene autoridad sobre la Iglesia Episcopal ni ninguna otra de las Iglesias hermanas, y su papel hacia éstas es fomentar la unidad. Además del arzobispo, la Comunión cuenta con otros instrumentos importantes. La Reunión de los Obispos Primados, como su nombre lo indica, reúne periódicamente a los obispos que fungen como pastores principales de cada una de las Iglesias miembro o provincias. En el caso de la Iglesia Episcopal, el Obispo Presidente, electo para el cargo para servir por nueve años, es quien acude a esta reunión. Además, la Conferencia de Lambeth es una reunión de obispos de todas las regiones para tratar temas teológicos y sociales, sin que sus resoluciones sean vinculantes. Finalmente, el Consejo Consultivo Anglicano, facilita las relaciones entre Iglesias anglicanas, así como los esfuerzos ecuménicos de la Comunión Anglicana.

    • La Iglesia Episcopal y la Vida Cristiana

    Seguir a Cristo significa proclamar y vivir nuestra fe con audacia y alegría, como se revela en el Evangelio y la Iglesia nos enseña. Además, rendir ante él todo nuestro ser -nuestras mentes, corazones, almas y cuerpos, y ofrecerlos constantemente como un “sacrificio razonable, santo y vivo” a él (cf. LOC, 257 NBLA). La participación en la Iglesia, como la familia de Jesucristo, es el contexto principal en el que somos transformados en él, pues somos impulsados a un constante encuentro con el Señor, a la alabanza, a los sacramentos y al estudio de la Palabra. Pero el trabajo de la Iglesia se quedaría incompleto si ésta no nos enviara al mundo, de acuerdo con la Gran Comisión de Jesús en el Evangelio de ir y hacer discípulos de todas las naciones (cf. Mateo 18:26-30). Esto no significa que todos estemos llamados a ser predicadores o misioneros, pero sí a difundir la Buena Nueva de Jesucristo a través de nuestras palabras y acciones, y hacer discípulos en nuestro propio contexto -estado de vida, relaciones, familia, trabajo y ocio. Además, compartir el amor y misericordia de Dios, dando comida al hambriento, bebida al sediento, hogar al forastero, ropa al desnudo y hospitalidad al enfermo y encarcelado. (cf. Mateo 25:35-45).

    Como se ha expresado en sesiones anteriores, el trabajo de la Iglesia no es solo de los clérigos. De ser así nunca podría cumplir con su misión. Todos estamos llamados a cultivar una vida de oración y de servicio. Y la Iglesia nos ofrece muchas oportunidades de hacerlo junto con otros cristianos, pues la fe de la Iglesia es esencialmente algo que se cree y se vive en comunidad y hermandad. En el corazón del Libro de Oración Común se ubica el Salterio, que nutre diariamente la oración de anglicanos de todo el mundo. Los salmos incluyen versos que expresan la más grande de las alegrías y otros la más profunda de las aflicciones. Y el hecho de que todos los fieles recen todos los salmos nos permite unirnos a las oraciones y peticiones de nuestros hermanos y hermanas, y acompañarlos en su camino. Además, como el mismo Libro de Oración nos indica, hay muchos tipos de oración, y nuestra tradición nos ofrece la oportunidad de realizarlos -adoración, alabanza, acción de gracias, penitencia, oblación, intercesión y petición. (LOC, 749) Además, los sacramentos nos ofrecen la posibilidad no solo de entablar un diálogo con Dios, sino de participar en su vida misma, en cuerpo y espíritu.

    El hecho de que el gobierno y misión de la Iglesia Episcopal, sus provincias y diócesis, así como cada congregación, se lleve a cabo mediante la colaboración del clero y los laicos, indica que cada cristiano pueda aportar sus dones individuales. La administración o mayordomía de la Iglesia (stewardship), se refiere a mucho más que el trabajo de oficina, contabilidad y finanzas. Implica una forma de involucrarse más profunda, aceptando la dicha y responsabilidad que vienen del hecho de que así como pertenecemos a la Iglesia, también la Iglesia nos pertenece a todos. Una manera intencional para discernir esta pertenencia y nuestra vocación de servicio a la Iglesia es percatarnos de cuáles son las necesidades de la Iglesia -no solo de los ministerios establecidos, sino también de nuestros hermanos y hermanas en particular 

    Fuentes y recursos recomendados

    • Libro de Oración Común
    • Constitución y Cánones de la Iglesia Episcopal
    • Sitio web de la Iglesia Episcopal
    • Sitio web de la Diócesis Episcopal de Dallas
    • Gerald Bray, Anglicanism: A Reformed Catholic Tradition
    • _________, La Fe que confesamos
    • Vicki K. Black, Welcome to the Book of Common Prayer
    • __________, Welcome to the Church Year
    • Megan Castellan, Welcome to a Life of Faith in the Episcopal Church
    • Stephen Neill, Anglicanism
    • Alister E. McGrath, Christian Theology, an Introduction
    • Ralph McMichael, The Vocation of Anglican Theology
    • Stephen Neill, Anglicanism
    • Robert W. Prichard, A History of the Episcopal Church
    • Martin Thornton, English Spirituality
    • Christopher L. Webber, Welcome to the Episcopal Church