Sermon at Christ Episcopal Church

Estamos en la temporada de varios santos- primeramente María la Virgen, madre de Jesús, y la historia de Juan Diego, quien la encontró en una visión hace quinientos años. Pero recordamos también a San Nicolás en el siglo cuarto que participó en el Concilio de Nicea, y después de la Navidad de nuestro Señor, se convirtió en ayudante de los pobres y los niños.

Todos los santos nos muestran un aspecto del carácter de nuestro Señor y la vida santa. Pero en esta mañana quiero hablarles sobre otra santa, Teresa de Ávila. Quien vivió en el siglo decimosexto en España, fue administradora de un convento grande, retando la inquisición, y escribiendo libros sobre la vida espiritual.  Conjugando la vida contemplativa y activa.  En su libro llamado “El Castillo Interior” describió el camino de su peregrinación de oración, comparándolo a una estación hidráulica. Que necesita muchas bombas y canales y con esfuerzo trabaja para sacar agua del pozo hasta arriba para el bienestar de la ciudad. Llegar al centro del Castillo es similar con este trabajo del agua. Similarmente nosotros nos esforzamos en la vida moral y espiritual. Pero en la cumbre del Castillo, el agua brota sorprendente y naturalmente, como de un manantial, sin nuestro esfuerzo.

El argumento de Santa Teresa no era que diligencia espiritual es inútil,  debemos esforzarnos.  Pero el agua de vida nueva no es el resultado de nuestras acciones. Nosotros hacemos como podemos, en la medida de que el agua llega libre, gratis, asombrosamente. Teresa era una persona práctica en el mundo, trabajando cada día, planeando, haciendo pero la única cosa que es necesaria, brota directamente en cuanto es el don de Dios.  En el Nuevo Testamento, pensamos al contraste de gracia y obras en San Pablo.  Como teólogo Martin Lutero, dijo, que Dios no requiere nuestras obras, pero es posible que nuestro vecino se beneficiaría. Las obras no pueden obtenerte la salvación. La salvación aparecen como el agua de un fondo secreto directamente.

Pablo preguntó en la Carta a los Romanos, perseveremos en pecado para que ¿abunde la gracia’? Nunca, al contrario debemos esforzarnos. La ley en la Biblia describe la vida espiritual adecuada. Pero cual es la relación de la vida justa y la gracia de Dios?

Hay tres caminos entre la gracia y las obras, entre el don y los esfuerzos:   

  1. Primero: esperamos el Reino de Dios en su tiempo, pero ahora, en el tiempo entremedio, nuestras obras tratan de contener el mal, o tal vez reducirlo. No habrá policía en el cielo, pero aquí la requerimos.
  2. Segundo: nuestras obras buenas esconden motivos mixtos. No podemos vivir con la pureza de corazón del Sermón del Monte de Jesús. Nuestras obras, aún buenas, nos condenan. Vivimos con faltas, cuando pensamos sobre esto, las obras nos empujan hasta la necesidad solo de Dios.
  3. Tercero: las obras expresan nuestras gracias y el resultado de la gracia de Dios. Lutero también dijo que somos como las frutas que crecen en el árbol de la misericordia de Dios. En parte, despacio, imperfetamente las obras siguen la acción de Dios. Los teólogos llaman su acción “la justificación” ser hechos justos por parte de Dios, y nuestros intentos en seguir a la gracia la  “santificación.”  Es decir la relación vertical con Dios y la relación lateral con nuestros semejantes que comparten en estas tres maneras.

¿Porque una lectura sobre la ley en el evangelio, y la relación obras y gracia, en esto Domingo de Adviento? Porque Contemplamos a Juan el Bautista, el último de los profetas llevando la Palabra de Dios mismo hasta su gente recalcitrante. Su voz era fuerte, Juan no tenía ninguna paciencia hacia los lideres opresores a quienes llama víboras, que huyen del frente de la línea del fuego del campo que quema a todos los corruptos. Juan el Bautista Proclamó un mensaje duro sobre la justicia de Dios.  Y no soportaba a quienes se pretendían hijos de Israel aunque hacían sobornos, tacañerías y robos.  Juan el Bautista proclamó que el Mesías llegaría para juzgar y purificar. Que el día del fuego había llegado. El profeta Malaquías dijo “el Señor vendrá, llegará a su templo.” Juan era un ejemplo de la justicia y pureza de Dios, un hombre de la ley totalmente.

Pero el Mesías al que nosotros le damos la bienvenida es diferente. Mas tarde Juan necesitó preguntarle a Jesús si era en verdad al que buscaban. Él llegó para traer su justicia a nosotros. Su Palabra tiene poder para crear de nuevo, ¿ Fuego? Si, pero fuego de Amor divino. ¿Juicio? Si, pero juicio cayendo sobre él mismo para ofrecer un sacrificio. ¿mérito? Si, de su vida hasta la muerte. ¿Un fin de nosotros? Si, pero un fin de la vida vieja condenada.  Después de este juicio , los prisioneros serán liberados.

Jesús llegó como encarnación de la misericordia de Dios pagando toda deuda del pecado. Juan era la pregunta, y Jesús es la respuesta, pero en una manera maravillosa.

¿Pero cual es el mensaje para nosotros aquí y ahora? Como vivimos la vida de gracia y caminamos en nuestros esfuerzos de fe? Yo pienso que la lectura hoy a Los Filipenses nos ayuda: “No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias, Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:6-7)

Vamos a tener ansiedad, la vida es vulnerable y hay amenazas por cada lado. Pero continuamente somos ayudados por el Espíritu Santo quien cambia la ansiedad para que le demos atención a orar y rezar. La vida Cristiana no es una posesión, es para ser regresada, convertida, continuamente. Los bautizados y confirmados son señales para nosotros del llamado de este regreso, de la ansiedad hasta la atención, de la ilusión de autonomía hasta la dependencia de Dios. La palabra del Adviento, y la vida espiritual es vigilar, para que el poder de Dios pueda intervenir ahora como en los días de Juan, como lluvia en un desierto seco. Amen.

  

On Being an Administrator

Back when I was the dean of a seminary, I once described my vocation as that of an administrator. A faculty friend told me not to put myself down in such a way! Scholars often feel that helping to order and promote the school diverts them from their real callings to write and to teach. It is easy to see how academic culture fosters such a view, but administration is a calling in its own right. (My teacher when I was an undergraduate, Dean Krister Stendahl, contended that it was essentially what St. Paul meant by a ‘kybernetes’, ‘helmsman,’ in I Corinthians 12:29)

There is another, deeper reason for this misunderstanding. In German intellectual life in the 18th and 19th century, under the influence of Romanticism, the contrast between the body politic as Gemeinschaft (community) and as Gesellschaft (institution) was common. But the dichotomy was a mistake, since the two are bound together as blood vessel and sinew. (In this sense it is refreshing to hear our new Presiding Bishop Sean Rowe lift up the importance of the latter, especially in a time when in society at large it receives mostly opprobrium.)

Take for example the residential seminary, at once crucial and endangered in our time. The dean/principal/president had better be an administrator, but this goes beyond, say, curriculum planning and deferred maintenance, to constant recruiting and fund-raising. These latter require making the case for your school, from the heart and from the inside, as well as being an entrepreneur. Such skills are not found in those curricula themselves (nor will an MBA alone due, since the Church has an unique culture.)

But of course running institutions also requires (in the case of a seminary, or diocese) the teacher, diplomat, strategist, and pastor, everywhere, at all times, etc. So you had better be well aware of your deficiencies and need for help. Here an example from ‘Between Jerusalem and Athens’ by another teacher of mine, David Kelsey, comes to mind. He noted how physical, theological, strategic, psychological, and spiritual issues were cheek to jowl in the small space of a seminary building (and the rector of a church will doubtless resonate with this). The administrator must toggle from one to the next hour by hour, all the while never losing sight of the true theological purpose, the telos, of the institution. One can readily see how fascinating the art form is, and why the burn-out rate is so high.

Here I would add one more element, what we might ‘administrative ascesis.’ He or she must make decisions for reasons only the administrator can, for reasons of confidentiality, see, and sometimes be criticized for it, especially in this era of social media- induced illusion. Measure the tower before you begin, for this comes with the territory (even as these jobs bring great consolations with them too).

We are entering an era in which many Church institutions are at risk and fragile, and yet indispensable for renewal. As such it may be the moment for the peculiar calling of the administrator.

+GRS

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Complete the Race (II Timothy 4:17)

At the end of our vacation we find ourselves in Chicago for its Marathon weekend (the fastest, I have read this morning, perhaps because it is cool and relatively level). Marathons offer many good things. You can see world-class athletes from places like Ethiopia and Kenya. There is a feel of fiesta with signs by family members, getups by some for-fun runners, and food for sale.

But as I looked out my hotel window at 7:30 a.m., I watched the race of competitors who have lost legs or their use. Wheeling vehicles by arm for 26 miles means serious fitness and determination.

Those competitors were to me, this morning, a symbol of the Church too. For each is wounded. The larger family cheers them on. Each by grace has risen up to run the race. Ahead is the goal, the prize, the welcome home. We find the companionship of Jesus the Lord, there, and along the route too.

Amen.

GRS