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Sermón sobre San Francisco y los Desafíos del Mundo Actual

¿Cuales han sido las noticias mas grandes de esta semana oh de estos últimos tiempos? El de una tormenta muy fuerte que destruyó muchas casas y comercios en el estado de Carolina del Norte. La ansiedad de mucha gente ante la posibilidad de que el clima cambie permanentemente.

Otra noticia relevante es el peligro de una guerra intensa en Oriente Medio. La invasión del Líbano por parte de Israel, y las maniobras militares de Hezbollah, podrían escalar en un conflicto mayor.

Este problema actual es parte de las tensiones históricas y conflictos entre Occidente y Oriente, entre Cristianos y Musulmanes a este conflicto se le llama "choque de civilizaciones". ¿Otra?, se intensifica el debate entre los partidos políticos a medida que se acercan las elecciones generales. Una de las preguntas clave es cómo el gobierno ayudará a los más necesitados a enfrentar los altos costos de cuidado infantil, alimentos, electricidad, combustible y renta. El candidato demócrata a la vicepresidencia, Tim Walz, citó el evangelio de San Mateo 25:40, “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.”

En última instancia cada uno de nosotros tenemos una carga personal una enfermedad o una preocupación en nuestro corazón o en nuestro cuerpo. Y traemos todo esto cuando nos reunimos para orar este domingo. Pero esta es la fiesta de San Francisco de Asis, nuestro santo patrono. La verdad es que los desafíos del mundo de hoy son los mismos que los del siglo XIII. Recordemos la vida de San Francisco, un contemporáneo de todos nosotros, que vivió en los tiempos de las cruzadas entre las religiones de Abraham. Fue un soldado y un borracho antes de su conversión. Vivió en el campo sentía un profundo amor por la naturaleza, conoció a muchos pobres, entre ellos los leprosos. San Francisco es un santo para todos los tiempos, incluyendo el nuestro. Enfrentó los mismos desafíos que mencione, pero vivió y actuó como un verdadero discípulo de Jesucristo.

Recordemos cómo, herido después de la guerra, se sentó en una iglesia y escuchó al crucifijo que le habló, diciéndole: “Repara mi iglesia.” Francisco fue y trabajó para reconstruir una misión derrumbada, pero la palabra de Dios tenía un significado mucho más profundo: Él llamo a Francisco para reparara su iglesia espiritualmente. El punto central es que Francisco ofreció respuestas distintas, sorprendentes y transformadoras a cada problema de su tiempo. Francisco caminó desde Asís hasta El Cairo para compartir su testimonio con el líder Musulmán Saladin, quien expresó que si todos los cristianos fueran como  Francisco, él también sería cristiano. Francisco no aceptó la hostilidad; consideró las relaciones a la luz de ser un discípulo de Jesús. Se acercó a su enemigo como a un hermano.

De manera similar, muchas veces las personas evitan a los pobres y enfermos, mientras que Francisco les servía personalmente. Lo más importante es que, en un mundo lleno de problemas, Francisco pensaba que su vida era un himno al Señor. Imaginaba que el mundo mismo—la tierra, el cielo, el mar y las montañas— cantaban a Dios en su esencia. La vida era un don, un cántico, una  ofrenda a su Rey, el Altísimo. Luego el compuso el "Himno al Sol," que es similar a los salmos finales de  la Biblia, donde las criaturas mismas cantan a su Señor.

Para Francisco, su diaconado, su alabanza, su humildad y su sufrimiento eran aspectos de una vida compartida con el Hijo crucificado y resucitado. El don de la liturgia es mostrarnos que Dios comprende la vida, un medio para apreciar y experimentar la naturaleza de Dios. Ofreciéndonos un camino para expresarnos ante Él. En medio de tantos desafíos, vivimos como un himno de Cristo y podemos entender nuestras vidas como una oración. Francisco sintetizó su testimonio en una oración famosa. Digamos juntos:

"Nuestra oración es también nuestra vida..."

 

 

 

 

 

Cadavers and Jellyfish

Imagine this not so fictional scenario. A recovering evangelical becomes an Episcopalian.  His former tradition seemed now like restriction, a form of faith suffering from a kind of sclerosis, while the latter’s emphasis on love bespeaks generosity and vitality. The doctrinaire vs. the experiential can seem so.

But lately I have found myself thinking about endoskeletons, which in our case involve bones.  You quickly realize that bones, which provide structure, do not inhibit movement, but rather make it possible.  The alternative to bones is in fact the jellyfish, which in its own way is inert. Every tradition has to understand which of the more extreme alternatives it is prone to. We Episcopalians run minimal risk of rigor mortis, but of the blobular we need to keep an eye out. But in-between, as the golden mean, are bones as the condition for definition, flexibility, and mobility.

The bones I speak of are, of course, the doctrines of the triune God, and of the Christ, in the creeds, the atoning death, the bodily resurrection, salvation by faith, grace over works, sin and forgiveness, and the Kingdom of God. These need in each age to be rearticulated, and then applied so as better to understand ourselves, our time, and our world. Think of doctrines as bones, enabling flex of thought, and why they matter become self-evident.

If bones are doctrines in the Body of Christ, the Church, then how far can we take the metaphor? Further, but not too far! Prayer as the nervous system, the sacraments as blood, (as from His side), the differing gifts and callings as the muscles and sinews (Ephesians 4): these could be an answer. Of this more developed physiology we can well give a deeper account of  the reality, and the summons, of love.

+GRS

 

   

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Complete the Race (II Timothy 4:17)

At the end of our vacation we find ourselves in Chicago for its Marathon weekend (the fastest, I have read this morning, perhaps because it is cool and relatively level). Marathons offer many good things. You can see world-class athletes from places like Ethiopia and Kenya. There is a feel of fiesta with signs by family members, getups by some for-fun runners, and food for sale.

But as I looked out my hotel window at 7:30 a.m., I watched the race of competitors who have lost legs or their use. Wheeling vehicles by arm for 26 miles means serious fitness and determination.

Those competitors were to me, this morning, a symbol of the Church too. For each is wounded. The larger family cheers them on. Each by grace has risen up to run the race. Ahead is the goal, the prize, the welcome home. We find the companionship of Jesus the Lord, there, and along the route too.

Amen.

GRS